viernes, 19 de diciembre de 2008

Diez cosas que espero para el próximo año



1. Pasar el Año Nuevo en la playa (literalmente, no como los de Santiago que a toda la ciudad le dicen playa, jajaja), con una botella de champaña y algun@ de mis nuev@s amig@s.
2. Bailar hasta el amanecer en Blondie Valparaíso (gracias por el dato, Cinthia Vásquez).
3. Cuidar con prolijidad total el departamento y a los gatinis de la Calista.
4. Pasear con la Buffy por la playa.
5. Pasear a pie descalzo por la playa.
6. Dejar de fumar, pero después de la Blondie.
7. Andar en bicicleta y recuperar un buen estado físico.
8. Carretear con la Cuky, Tomás, Maurice, Rafa.
9. Recibir visitas de Conce en Viña (o sea, Evelyn, Félix, Felipe, Boris, ya saben dónde los quiero ver en el verano).
10. Viajar, de vacaciones, por favor.

Por su atención, muchas gracias.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Las Cosas que extrañaré terriblemente de Conce...




• La vista desde el estar de mi departamento, desde la que el cielo del sur se ve en su más inmensa y antojadiza extensión… pero siempre con nitidez, siempre un cielo tan magno.
• Los buenos días que le digo a toda la gente con la que me voy en el bus y las conversas con Mario.
• Los almuerzos ricos de enap.
• Andar a pie descalzo porque el departamento en el que vivo es alfombrado.
• Dormir en el colchón de dos plazas.
• Tomar té y comer panes ricos con Evelyn.
• Hacer carretes en mi depa con Boris, Félix, Esteban, Felipe, Consuelo y todos los que algunas vez llegaron.
• Las visitas a la casa de la Jessica y Álvaro, conversar con el Benja.
• Las lecturas de poesía de organizadas por Omar Lara o el Centro Cultural Trilce.
• Los abrazos de mi amigo Álvaro cuando estoy frustrada por la pega.
• Decir a cada rato “el compromiso es hoy” y otras frases burlonas producto de la pega, y de las que el Sr. Chavarría se ríe mucho.
• Las películas maravillosas que dan en la Alianza Francesa, la buena conversación de Roberto, Pablo y todos los franceses participantes (sorry, pero no me acuerdo cómo se llama el otro joven que siempre está y que es muy entretenido para conversar, pero gracias a él por extenderme la invitación a comer después de la última película de Bertrand Blier, me hubiera encantado ir).
• Tener Internet gratis desde la ventana de mi departamento porque vivo en el centro.
• Saludar a los conserjes todos los días.
• Tener ópera cerca de la casa por lo menos dos veces al año y poder conversarlo con la María Victoria.
• Las visitas a la laguna de patos y cisnes de la U de C.
• Los domingos en la iglesia, con Ruth, Eduardo, Patrick, Yerko, Rosmarie y tantos más.
• Las salidas chistosas a Pedro de Valdivia (con Dolores, César, Jaime y todos los demás con quienes alguna vez fui).
• El departamento ordenado como por arte de magia por mi nana maravillosa que es evangélica de tomo y lomo.
• La peluquería que está al lado del edificio.
• Las citas estupendas que tuve con Marianne Dahnier y Luis González, lo mucho que me ayudaron.
• La amistad y consejos que los caballeros de Enap me ofrecieron (como don José, el tío Delfín, don Ivo, don Heriberto, el Sr. Carlos Tippmann, don Luis Gaona, don Napo, don Ismael, don Rola y tantos otros –perdón, no los alcanzo a nombrar a todos).
• Los retos de la Mónica Arrau porque me río muy fuerte en la biblioteca o porque llego sin maquillaje y/o chascona en la mañana al trabajo.
• Haber conocido personas de buenos sentimientos y de las que aprendí mucho (Dolores, Anita y Rodrigos, Álvaro, Hugo, Mauricio, Lena).
• Los almuerzos con Ana Amada y Víctor Rosales.
• Las bromas de los muchachos de Analizadores.
• Lo bien que lo pasé en las reuniones de TI y de Abastecimiento (grande profesor y la maestra, de las personas más simpáticas que he conocido en mi vida).
• Lo serios que fueron Juan Carlos Guevara, Teófenes Sovino, Germán Spoerer, Guillermo Viñas, Vivi León, Vero Sánchez, Marcelo Molina, Nelson Espinoza, Julio Sarmiento, Darío Catalán y Pedro Flores –entre otros– cuando nos tocó trabajar juntos.
• Fumar un puchito con Rodrigo, conversar cosas polémicas y divertidas.
• La infinita gentileza de Geraldine Villa y la Tamarita.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Pensando en diez cosas estupendas que descubrí o vi este año




1. Héroes (dos y media temporadas vistas en un año, la primera -23 episodios- en tandas de 4 ó 5 horas).
2. Pulp, after break-up (remedio ineludible para subir el ánimo).
3. The Big Bang Theory. Tremendo sit-com sobre un grupo de nerds. Too f* funny!
4. El poeta mexicano Roberto Arizmendi, presentado gracias al gran Omar Lara.
5. El poeta chileno, radicado en EEUU, Andrés Fisher, gentileza de Omar Lara, de nuevo.
6. Alegría, del Cirque du Soleil.
7. Ver a Gepe tocar en vivo.
8. El montaje de Madame Butterfly de la Sinfónica de la U de Conce.
9. Descubrir que, teológicamente hablando, se puede tratar el tema de las identidades sexuales y de género diversas, desde el respeto y la inclusión, gracias a Lisandro Orlov.
10. Gracias al trabajo en Control de Calidad (Laboratorio) de Enap Refinerías, descubrir lo increíblemente interesante que es la química (now I understand my father's passion).

domingo, 23 de noviembre de 2008

El Perdón es Fuerza y Esfuerzo.




Elle: Mátame y haz que el dolor se detenga.
Gabriel: Quiero que se detenga, Elle…Pero no te voy a matar.
Elle: Por favor, sólo hazlo.
Gabriel: Lo lamento. Quiero ser una buena persona.
Elle: Eres un monstruo, como yo.
Gabriel: No, tu padre te hizo de esta manera, tal como mi madre me hizo a mí. Nunca seremos lo suficientemente buenos para ellos, Elle. Nunca quisiste ser así. Querías ser normal. Sólo es que no sabías cómo. Salvaste una vez mi vida, Elle. Me diste la voluntad de vivir ¿No ves que te debo eso?
Elle: Sólo te salvé para que pudiéramos usarte, como una rata de laboratorio.
Gabriel: Sólo estabas siguiendo órdenes… Pero te perdono… Ahora tienes que perdonarte a ti misma…

Elle: El dolor…Se ha ido…


(Héroes, Temporada tres, capítulo 9)


Debo admitir que, en lugar de estar durmiendo o trabajando para poder cerrar final de año como corresponde, pasé la noche del sábado pensando en el perdón y la reconciliación y, luego, viendo varias horas de la tercera temporada de Héroes. Por esas casualidades de la vida, que no considero casualidades, me topé con el parlamento que cité.

Ignoro si todas las personas llevan dolores tan fuertes como los de Elle o como los que yo he sentido en mi alma. Pero sí siento y pienso (y sigo citando a Gabriel, de Héroes) que “todos estamos en guerra con nosotros mismos, es lo que nos hace humanos” y esa guerra interna, esas tensiones, esos temas irresolutos, son los factores que nos hacen estar en conflicto con los que tenemos alrededor. Esa guerra interna es la que se proyecta en las cosas desagradables que hacemos o decimos, con o sin querer, a otras personas. Esa guerra interna es la responsable de que se nos salgan de control las situaciones, de que perdamos el control de nosotros mismos, de que destruyamos a quienes amamos cuando nuestra intención es cuidarlos, de que toquemos las cicatrices de otros para dejar como consecuencia antiguas heridas abiertas.

Y la solución pareciera simple. Solemos usar tan poco la palabra perdón y si la usamos, lo hacemos de manera superficial, sin querer practicar lo que conlleva. Y más escaso aún, me parece, es el ejercicio de perdonarse a sí mismo, a sí misma, por las cosas horribles que nos hacemos pasar, por haberle hecho daño a otro, por habernos excedido, mientras vamos intentando resolvernos, lidiar con nuestros estados emocionales o intelectuales; mientras vamos tratando de darnos la dignidad o el amor, o el respeto, o el reconocimiento, o lo que sea que creamos que nos merecemos.

El perdón es fuerza y esfuerzo. Esfuerzo por cuanto nos plantea el ejercicio de observar detenidamente y sin apegarnos a la ira, en qué hemos fallado y en qué se han equivocado otros. Esfuerzo por cuanto requiere una sincera comunicación con quien tenemos que perdonar, como también con la persona de la que necesitamos el perdón. Esfuerzo porque implica mirarse al espejo y reconocerse terrible, causante de temores en otros o en uno mismo, reconocerse desmesurado, inapropiado. Es duro. Pero también, el perdón es fuerza, fuerza que aplasta el dolor hasta hacerlo desaparecer, fuerza que renueva tan prosaicamente como cuando la antigua lavandera restregaba a mano una mancha para quitarla de un ropaje, de modo que éste quede limpio y, en un caso óptimo, con esa belleza que las cosas nuevas tienen: sin rasgaduras, sin marcas. Pero en el caso del perdón es mejor aun: es la fuerza de quedar sin cicatrices, sin heridas, sumando la historia y la memoria.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Avatares de la Esperanza



“..the people you love
will fall defending your name..”
(“Hold on to your friends, Morrisey)


Esta vez escribo sobre la amistad. Y, ok, sí sé que la cita está fuera de contexto y lo menciono desde ya, porque muchos/as de aquellos/as a quienes dedico este texto conocen las letras de Morrisey mucho, mucho mejor que yo. Pero lo cito porque quiero que signifique esto: la gente que amas y que te ama, será capaz de caer y golpearse, defendiendo tu nombre, tu honor, tu bienestar.
Hace poco escribí un poema que dice: “… se toman las manos / y forma el círculo dorado de Dios / y me bañan con su candor…” y con ello quería referirme a que, cada vez que una tristeza desoladora, un dolor intenso, ha venido a caer como un rayo en mi vida, han estado ahí ustedes: amigos y amigas, hermanas y hermanos, compañeros y compañeras, mis preciosas primas, la familia que elegí.
Quisiera darles lo mejor que tengo a cada uno/a de ustedes. Pero todos conocemos nuestras limitaciones: hay tiempos, hay distancias, hay cosas que hacer y nos toma mucho más esfuerzo de lo que quisiéramos estar reunidos/as y conversarnos, y acompañarnos.
Es simple, en realidad, quiero agradecerles el nunca sencillo ejercicio de la empatía, quiero agradecerles por su compañía, por escucharme y leerme, por venir a mi casa y permitirme el honor de cocinar o preparar algo para ustedes; y también, cómo no mencionarlo, por aquellas veces en que han sido ustedes quienes han necesitado de mí y he tenido la bendición de guardar sus secretos, escuchar sus dolores y sus alegrías, de abrazarlos cuando me han necesitado y también por discrepar –a veces drásticamente– en temas que nos son importantes.
Quizás mis palabras no son lo suficientemente justas, no dan cuenta de la grandeza de lo que me han entregado. Entonces, quiero graficarlo con este episodio, que ha ocurrido varias veces este año:

…yo lloro porque me duele el alma y quiero dejarme caer al suelo y están ustedes, como avatares de la esperanza que me secan las lágrimas, bebemos juntos, hacen que mi cuerpo se mueva al ritmo de la música, escuchan mis lamentos y, simplemente, me hacen reír e ir soltando, a través de su cariño, eso que me destruye.

Ojalá pueda yo también ser un avatar de la esperanza para ustedes.

Gracias por ser, por estar.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Me rehúso



Tuve la mala suerte de que un fulano con el que estaba saliendo a carretear, me maltrató, es decir, me insultó, me amenazó y me golpeó. Me sorprenden las cosas que he escuchado a partir de mi relato de ello, tales como “no deberías beber de igual a igual con un hombre, porque los hombres se desubican y, como mujer, lo que tienes que hacer es frenarlos”, o “tú tienes un discurso feminista muy agresivo, por eso te pasan estas cosas”, o “no lo denuncies, porque es como mucho”, o “tú tienes algo torcido que saca lo torcido de mí”, o “porque tú me presionaste, me sacaste esa reacción violenta”.
Y, ahora, que por fin esta semana de decantar el horrendo episodio ha terminado, quiero responder a cada una de esas cosas y referirme a otras que también pienso.
En primer lugar, me rehúso a creer que, cuando una persona agrede a otra, haya alguna razón lógica para ello. No fue mi discurso, no es lo que hayas bebido o cuánto carretees con un hombre y tampoco creo que tenga que actuar como la madre de cada sujeto que conozco y mantenerme siempre en cierta posición de control para que él no se desbande (¿no se supone que todos los seres humanos desarrollemos autocontrol y que nos hagamos responsables de lo que hacemos, independientemente del género o identidad sexual que poseamos? Que me disculpen los que lo ven de otro modo. Pero me rehúso rotundamente a aceptar como respuesta algo diferente a un “sí, hacerse responsable y autocontrolarse es lo que todos y todas debemos hacer”).
El asunto es este: un hombre violento es un hombre violento, no importa lo que digas, o lo que hagas, o lo que pienses, ese hombre violento siempre encontrará la forma de agredirte y hacerte sentir que eres responsable de ello, a pesar de que, en buen chileno, la agresión es su cuento. Me sorprende la gente que empatiza inconscientemente con esa posición, que sostiene que, en parte, soy responsable de haber tenido una cortapluma en el cuello o que me ofendieran de maneras que no quiero traer a colación ahora (de hecho, la idea es olvidarlas). Miles de veces he carreteado con otros hombres, miles de veces, he conversado las mismas cosas… ¿por qué se supone que tenga que asumir algún grado de responsabilidad respecto de la conducta violenta de otro, cuando no hay ninguna razón para ello?
Un hombre decente, un buen hombre (que de esos también conozco y muchos), no responde a la presión –si es que tal presión existió– con insultos, sino que se explica o, por último, se va del lugar donde se siente incómodo en lugar de castigar a otro por lo que le molesta. Y ese es el punto. Me rehúso a creer de cualquier forma que una persona que es maltratada física y/o sicológicamente (léase hombre o mujer) deba pensar que tiene que cambiar aspectos de su personalidad, de su discurso, de su manera de ser ante la vida. No, de ninguna manera. Lo que hay que hacer es cortar de raíz la relación con alguien violento para que ésta no te consuma en un espiral disfuncional. Y si eres de los violentos, ahí sí que tienes cosas que cambiar, empezando por hacerte responsable y caminar derechito hacia una buena terapia. El resto no tiene por qué pagar lo que en tu interior te pone mal. Y no es el resto, no está afuera el motivo. Eres tú el que quiere pegar, insultar, maltratar y buscarás cualquier estúpida ocasión para hacerlo.
Si, como sociedad, seguimos perpetuando la idea de que “al que le pegan es por algo”, seguimos justificando la posición del agresor, seguimos sentados cómodamente, viendo cómo se pasa por encima de los derechos de niños, de personas con identidades sexuales diferentes, de etnias, de mujeres y, por qué no decirlo, de hombres que también son víctimas de mujeres que los minimizan, maltratan y agreden. Y me rehúso terminantemente a que la violencia sea validada, a que quienes la sufren día a día sean puestos en tela de juicio, en lugar de ser apoyados y acogidos, entendidos en el tremendo dolor que sufren. Basta. Dejemos de ver la paja en el ojo ajeno, en lugar de ver la viga en el nuestro propio. Como sociedad y, muchas veces, como personas, somos incapaces de contener y de apoyar al que sufre. Y acá voy de nuevo: me rehúso, me rehúso a aceptar estas situaciones y adaptarme a ellas como si fuesen lo correcto. Y no sólo me rehúso, me revelo y me rebelo con la única arma que soy capaz de esgrimir: las palabras.

martes, 28 de octubre de 2008

Soñando con una vida como la de Emily Dickinson




“Altough an academic success, Dickinson returned home after a year due to severe homesickness. In the years that followed her return, Emily Dickinson lived a reclusive life –she scarcely left her home, nor did she have many visitors. Despite her isolation, Dickinson was an active correspondent and wrote many letters to friends and family…”

(Introduction of Emily Dickinson Poems, Castle Books: New Jersey, U.S.A., 2002, pp. XV)

Escribo en Conce, en una tarde soleada de primavera. No dejan de maravillarme los árboles que se encumbran hasta el quinto piso en el que vivo, el ruido de los niños jugando en el patio del jardín infantil cercano a mi edificio, el cielo abierto y claro del sur, las gaviotas en los tejados cercanos, mil veces menos idiotas que los seres humanos… si es que se pudiera cuantificar el asunto de la idiotez, que ya es una idiotez humana.

Llevo el cabello recogido, al modo puritano que yo misma usaba cuando tenía 16 años y no quería que nadie se me acercara, pero anhelaba la cercanía. Hace poco observé una foto de Emily Dickinson que ahora me recuerda esa época.

He sido tan feliz, he estado tan triste, he estado tan sola, me han acompañado tanto. Y el ciclo se repite una y otra vez. A veces –como hoy– me pasa esto de soñar con vivir al modo de Emily Dickinson: hacer un voto de silencio y vestir de blanco, no dejar la casa, por dedicarme a las flores del jardín ¿no son ellas, a diferencia de la rosa de El Principito, la belleza menos veleidosa y sí la más generosa –en su carácter definitivamente efímero– que podemos conocer?

A veces –como hoy– me cansa el ser humano con su constante fluir de palabras habladas, su constante malentendimiento, su descuido por los otros (con o sin querer), su egoísmo y otras cosas que ni siquiera quiero enumerar ¿no es acaso el sonido de una mosca volando mucho más honesto que el de un montón de voces que creemos conocer?

Vuelvo a mirar por la ventana y se cruza una gaviota en vuelo, se escuchan las voces de los niños que continúan jugando, el viento mece lentamente los árboles portentosos de la ciudad de Concepción. Se repite en mi cabeza: vestir de blanco, cuidar las flores del jardín y un voto de silencio.

Y cito (id., pp. 112):

A Tempest

An awful tempest mashed the air,
The clouds were gaunt and few;
A black, of spectre’s cloak,
Hid heaven and earth from view.

The creatures chuckled on the roofs
And whistled in the air,
And shook their fists and gnashed their teeth,
And swung their frenzied hair.

The morning lit, the birds arose;
The monster’s faded eyes
Turned slowly to his native coast,
And peace was Paradise!

miércoles, 15 de octubre de 2008

De qué pasaría con los muchachos de Big Bang Theory en Chile



Gracias a Evelyn Gricel, descubrí The Big Bang Theory. No empecé en el orden que Sheldon me exigiría, por cierto, puesto que partí viendo dos episodios de la segunda temporada y, luego, dando un salto cuántico a la primera. Pero eso basta para que mi mente de humanidades, es decir, sin ecuaciones de por medio, esté elaborando algunas ideas. Claro, no con la exactitud del pizarrón de un Ph.D. en Física.

Indudablemente, la serie se sostiene más en la asombrosa presencia de Sheldon, que en la ambición de Leonard por tener una relación amorosa con Penny, o la graciosa comparsa de Raj y Wolowitz. Es Sheldon quien logra los momentos álgidos de hilaridad con su evidente carencia de pragmática comunicacional, lo que se traduce, en términos simples, en no tener absoluto tino sobre cómo y cuándo decir lo que piensa. Tampoco puede adecuar su discurso, dependiendo del receptor que tiene enfrente (él cree que se explica frente a Penny, pero dista mucho de ello). Está tan absolutamente centrado en sí mismo que hay una gran cantidad de momentos en los que se encuentra descontextualizado y, a la vez, completamente convencido de estar diciendo algo que corresponde con la categoría “verdadero” (y, si se acepta esa categoría, efectivamente, está sosteniendo algo verdadero), pero que es inadecuado, políticamente incorrecto (sobran ejemplos, pero me gustó especialmente cuando no pudo contenerse y decirle a su jefe que era un idiota y también cuando le reveló un proyecto secreto del gobierno a Penny, solamente porque no sabe guardar secretos, jajajaja).

Más aún. Mi cabeza piensa qué pasaría con estos cuatro doctores en Física en el contexto chilensis. Y se me ocurren varias cosas. De primera, un doctor en Física, en Chile, siempre tiene alumnas. Sean éstas de pregrado o postgrado, siempre están las que se dejan seducir por una mente brillante y que no les importa una personalidad excéntrica –por decir algo-, como la de Sheldon. Hay varias que se le tirarían encima sin que siquiera pudiese darse cuenta de lo que está ocurriendo. Para cuando pudiera racionalizar al respecto, ya sería tarde. Leonard conseguiría no sólo una chica como Penny, sino que varias: clever boy, empático, buen amigo, vecino y paciente como es, tendría problemas para sacarse de encima a las necesitadas de afecto y/o que buscan marido con algún status académico. Raj, que no puede hablar frente a las mujeres, tendría su facebook con las mejores fotos de su exótico color de piel y chatearía para conseguir citas y promiscuidad infinita…

Sin embargo, lo que no logro visualizar es a Wolowitz con suerte. Me lo imagino jugando rol, cartas o en tarreos con algunos ñoños que conozco (que nadie se ofenda, por favor, he jugado rol, cartas y tarreado también), pero no creo que le fuera bien con las minas. Parece que Wolowitz está condenado al fracaso con las mujeres tanto en Chile como en los States, a pesar de ser el más entusiasta. Pensándolo bien, quizás se trata solo de un tema de contextos. Probablemente en Suecia o Los Países Bajos su fortuna podría cambiar. Total, y como reza el cliché, a nadie le falta Dios, jejeje.

martes, 14 de octubre de 2008

La Primavera - Editorial de Rafael Torres




La Primavera…

Nunca he podido llegar a un convencimiento total acerca de que estación del año me gusta más, creo que cada una tiene su sello y encanto propio; tampoco he logrado definirme por una de las dos más famosas composiciones musicales dedicadas a la primavera, la de Vivaldi me parece una delicia, suave y dulce, en cambio la de Astor Piazzola es fielmente porteña y de una gran fuerza, característica propia del compositor argentino, por lo demás ambas me gustan mucho y trato de oírlas a menudo, así de cierta manera vivo la estación en comento; pero lo que quiero compartir con ustedes hoy, es la inequívoca señal que está llegando la primavera a nuestra ciudad y como se reconoce y se vive está estación en los habitantes y la ciudad.

Los días pasados recorría la calle Errázuriz en Playa Ancha y mientras observaba algunas de las viejas mansiones que aún existen en ese hermoso y tradicional barrio de la “República Independiente”, que ha sido golpeado con la construcción de un inmenso edificio, que de seguro dejó a muchos vecinos sin vista al mar, sentía el viento golpear fuerte sobre las centenarias palmeras que hay en el lugar, y a lo lejos se divisaba un volantín revolotear en el cielo, que de seguro era “encumbrado” por algún niño, llegó la primavera fue lo primero que pensé al contemplar la escena; otra clara señal fue ver que la enredadera de la flor de la pluma de la Casa Mirador de Lukas esta florecida completamente, inundado el paseo Gervasoni de su perfume y color, refrescando a esa y otras añosas residencias del barrio, llegó la primavera pensé; en la plaza Aníbal Pinto, se sentía al Organillero, don Claudio Cortés, uno de los más antiguos músicos del cajón, y junto a él un vendedor ofrecía remolinos y banderas patrias, como un anticipo de las fiestas diciocheras, llegó la primavera; toda la gente esta “alivianando” sus vestimentas y llenándolas de color, especialmente las mujeres, que sienten la liberación de las gruesas y a veces incómodas ropas invernales, llegó la primavera; los días se sienten más largos, hay más luz, el mar brilla más intensamente, está llegando la primavera, es un sensación especial, que se hace aún más patente al pasear por la pérgola de las flores y verla llena de colorido y surtido de flores.

Creo que somos tan afortunados los porteños, tanto residentes como visitantes, por que vivir la primavera en Valparaíso es una experiencia inolvidable, es una transformación no solo climática, es también espiritual, sí, porque cuando llega la primavera al puerto, abrimos las casas para dejar entrar aire fresco, abrimos los jardines para contemplar las flores, abrimos el alma, sentimos distinto, nos despercudimos del frío y de la lluvia, y un poco también de las penas y tristezas dejadas por el largo invierno. En verdad no sé que estación del año me gusta más, pero de lo que si estoy seguro, es que la primavera me gusta mucho y más me gusta poder vivirla en esta maravillosa ciudad.


Rafael Torres A.
Gestor Cultural

miércoles, 1 de octubre de 2008

Del paro de los guionistas y la segunda temporada de Héroes



Acabo de terminar de ver la segunda temporada de Héroes. Pocos episodios, “gracias” al paro de los guionistas en Hollywood, verdaderos artífices de la danza de millones de la industria del entretenimiento y, justamente, quienes menos cortaban –hasta antes de este acto de fuerza– de la gran torta de la que sí comen (y en abundancia) actores, productores y directores. Noticia vieja, sí sé, pero que se revive cuando una serie que en su primera temporada tuvo veintitrés magníficos capítulos se vio reducida a once que se mantienen inteligentes, pero que dejan algunos cabos abiertos.

Ok. Bien por los guionistas. Seguramente, ahora les estarán pagando mejor y espero que se note en la tercera temporada. Pero ahora, quiero escribir de Héroes.

Lo que más me impresionó de la primera temporada (gracias a Marcela Galleguillos por esos dvds y a Tomás también), fue la variedad de géneros narrativos utilizados. Un episodio bien podía ser clasificado como parte de un sitcom de comedia; como otro, parte de una serie estilo CSI o de asesinos múltiples; había otros capítulos que eran derechamente drama y uno que otro centrado absolutamente en lo SCI-FI. Y lo más notable era la cohesión entre un episodio y otro. Nada era abrupto, todo perfectamente hilado. Ni te dabas cuenta del cambio o mezcla de géneros. Una belleza.

En la segunda y breve temporada (lo sigo lamentando), ese cambio de géneros ya no corre. La serie toma un tinte más de cine negro, con la constante presencia de “la compañía” como la sombra que contiene el sentido oculto de todo y la conspiración es permanente. Los buenos parecen malos, los malos parecen buenos, todos se cambian de bando y ya nadie sabe en quién confiar. Sin embargo, como se trata de Héroes, se perfilan con más claridad quienes son los verdaderos protagonistas, conforme a la cantidad de virtudes (que también se traducen en poderes) que poseen. Peter Petrelli, Hiro Nakamura y Claire Bennett ya no son personajes que estén a la misma altura que Nikki Sanders o Nathan Petrelli. Los primeros están, definitivamente, en el ojo del huracán, porque son sus poderes los que pueden cambiar el destino y aquello también que las fuerzas más oscuras persiguen.

Y a pesar de lo contenta que me pone el protagonismo de Hiro –mi personaje favorito–, algo me pasa con los antagonistas. Elle parece una caricatura de niña mala y la relación con su padre, Bob (miembro operativo clave de la compañía) podría haber sido explotada de manera mucho, mucho más sórdida (así como se hizo con la relación madre-hijo de Sylar en la primera temporada). Tampoco me hace mucho sentido Takezo Kensei esperando tantos años para reencontrarse con Hiro Nakamura, algo faltó ser explicado ahí. Y, sin embargo, lo que me dejó con ganas de ver la tercera temporada, es lo insoportablemente detestable que es Sylar, que debe ser el villano más odioso, malvado, calculador y atractivo que haya visto en prime-time durante los últimos años.

Tercera temporada, sin guionistas en huelga, te estoy esperando.

martes, 23 de septiembre de 2008

De tristes noticias...



Me contó una amiga hoy, tipo tres y media de la tarde. No pude seguir trabajando normalmente, revisando tablas en Excel y clasificando información. La vida parecía aullar afuera y nada importaban los ceros y unos de código binario.

No puedo dejar de pensar en ese adolescente que quedó sin su madre. No puedo dejar de recordar la cara de mi hermano de 16 años cuando perdimos a nuestro padre. O lo que sentí cuando me contaron que José Miguel, mi ex alumno de 12 años, había muerto. No puedo dejar de recordar esa extensión de dolor -que parece lo más cercano al infinito que conozco- por cada vez que el ángel de la muerte paseó por algún cercano lugar (a veces, tan, tan cerca, que se funde con el yo). Es difícil tratar de poner en palabras a ese tipo de dolor o tratar de describir cómo nos miramos los que lo hemos sentido, o que lo estamos viviendo en circunstancias similares.

Y es tan curioso todo. Justo el fin de semana estuve escuchando los propósitos suicidas de alguien ebrio. Y pensar que esa madre ya estaba muerta. Pensar que hay otras madres que están muriendo ahora mismo. Pensar que hay otros huérfanos salvajes, como yo, que lamentarán para siempre la separación con sus progenitores. Y habrá padres, también, que siempre extrañarán a sus hijos muertos, como mi madre. Y habrá siempre tanta muerte y, repito, curiosamente, habrá tanto propósito suicida. Y simplemente, así es. Qué rabia. Qué pena.

El tiempo es finito. Es tan obvio y tan burdo como eso. El tiempo de mi padre, el tiempo de José Miguel, el tiempo de Paola –la madre del adolescente de 15–, el tiempo de mi hermana Jimena (como la Jimena del Cid, decía mi padre) y de tantos, millones de otros, ya terminó. Se acabó. Y les sobrevivimos, por ahora.

Pero ¿qué hacemos nosotros con el tiempo que sí tenemos y que otros tantos desearían para estar con los que amaron y que ese ángel, que me imagino de sombras grises y negras, impidió?

lunes, 8 de septiembre de 2008

Dormir sola al centro de la cama.



Todo el mundo sabe que las separaciones son difíciles. Es decir, quién no ha terminado una relación amorosa, quién no ha sufrido porque lo dejan o porque dejó de amar y le toca jugar el desagradable rol del que abandona.

Hay variantes, eso sí: están los que se separan con hijos de por medio y en guerra por quién ve más a los niños; los que se dejan abandonar, cargados de culpa porque cometieron una infidelidad; los que fueron dejados porque la relación no iba para el camino que se suponía que tenía que ir (¿?); los que terminaron un pololeo simple, pero lindo y lo lamentan, o los que, como yo, alcanzaron a convivir un rato y eso hizo de volver a dormir y despertar solo el ejercicio más rudo de los primeros días after break up.

Me acuerdo de haber comprado esta cama sobre la que estoy escribiendo en pleno proyecto de pareja. Iba a ser la cama de los dos y quizás hasta lo fue por un tiempito. Ahora, se ha transformado en la cama que comparto con las visitas a mi departamento: familia, amigos y amigas que se vienen a quedar, o bien después de un carrete, o que quieren conocer Conce. Eso sí, solo los que son suficientemente cercanos como para compartir el lecho, entendiendo, en este acto, mi gesto más grande de hermandad y afectividad (Me acuerdo de los despertares con mi amiga Jarpa, llenos de abrazos; o las siestas increíblemente gozosas con mi amiga Cinthia; qué gran descubrimiento esto de que la cama no sea sólo para los amores).

Quiero celebrar, junto con mis 31, el dormir sola y al centro de la cama. Se siente como si el mundo fuera mío, como si al estirarme y usar el rincón del tálamo que me place, yo fuera capaz de ocupar el lugar en el mundo que me apetece. Delicioso, definitivamente, haber dejado de lamentar ocupar la mitad del lecho que era pensado para dos y pasar a esto de ser yo misma el centro de mi cama, de mi vida, de mi proyecto personal.

sábado, 30 de agosto de 2008

La Señora Mariposa y yo




“Como la almeja
en dos valvas, me parto
de ti con el otoño”
(Basho)


No tengo idea, en realidad, de cuándo fue la primera vez que escuché ópera. Así como tampoco tengo noción de la primera vez que escuché una Sinfonía y tampoco, pero me lo contaron, de la primera vez que fui al cine: tenía dos años (y curiosamente, la película también tenía música docta, era Fantasía de Disney, esa en que Mickey aparece de mago y que era bastante sicodélica, según opino ahora). Me imagino que todo ese background ha de haber influido en mis concepciones. Tal vez por eso, cuando me separo del mundo del arte, siento que me parto en dos, que me enajeno, que me hago una herida que no merezco.

Cuando pienso en Madama Butterfly, la asocio a esa frase típica que escuché de mi madre desde mi más tierna infancia: “Pinkerton es un desgraciado”. Un rato atrás, vi el montaje por primera vez en mi vida. Qué dolor, como en todas las tragedias, ser testigo de un personaje tan virtuoso cuyo destino es tan fatídico. Y, siguiendo la convención griega, ello debido al pecado de hamartía, eso de irse en contra de la voluntad de los dioses, eso de ser soberbio.

Butterfly reniega de los dioses japoneses. Reniega de Japón, enamorada de la ilusión vana de un país, de un amor mejor –como el que supuestamente le ofrecía Pinkerton– y es por ello, que, finalmente, y al caer en cuenta de su error, entrega a su hijo, con un dolor como el que describe Basho, como un ser que es fragmentado en su constitución, quebrado por la columna vertebral, si se quiere, al separarse del ser más amado y, ello, al dejarse caer la verdad por capas, cual hojas en otoño.

Es fuerte el dolor de la tragedia. Muchas personas lo sienten injusto –como mi madre, que culpa a Pinkerton de todo. Yo, simplemente, lo vivo y me causa catarsis. Me hace recordar el dolor de querer morir porque ya no me quisieron más, y cómo ahora ya soy libre de ese sentimiento de deshonra. En cambio, la Señora Mariposa eligió su propia muerte para perpetuarse en Pinkerton, a través de la costumbre occidental de clavar las mariposas para no dejarlas ir (algo que él le dijo en el primer acto) y así, ella misma se impidió salir de esa situación tremenda, para inmolarse por esa separación de su hijo y de su ilusión de amor –como la almeja que muere cuando la parten en dos.

Es bella la tragedia para esta observadora. Es bello, además, saberse no tan trágico como para morir por una separación amorosa o filial, saberse no tan virtuoso como para aferrarse a una fidelidad que se sostiene sólo de sí misma y no de una relación. Y esto me hace pensar, los juegos, entre otras muchas cosas, son de a dos (o más) y no se pueden sostener unilateralmente. Y ahí es donde se acaban. Y el camino es aceptar la derrota sin morir, como seres humanos comunes y corrientes que somos. Lejos de perpetuar los pequeños o grandes daños que recibimos; muy lejos, en realidad, de querer ser mariposas en un insectario para no renunciar a una idea que en algún momento fue bella y pareció imperecedera.

sábado, 23 de agosto de 2008

Llorar de Alegría





Desperté esta mañana, sintiéndome bendita. Anoche, en plena fiesta, tuve que sentarme varias veces y mirar mi vaso con hielo y red bull, para lograr que las imágenes decantaran en mi cabeza, que fueran lentamente incorporándose a mi vida, que se vivificaran en mi interior como esos momentos en la vida que quedan cristalizados porque siempre, siempre, serán motivo de alegría.

Me acuerdo de que lo mismo me pasó cuando estuve en ese pasillo del Renacimiento Italiano en el ala Richelieu del Louvre y me paré al frente de un retrato hecho por Rafael. Estaba absorta y creo que nunca antes había visto una tela tan preciosa. A veces, en los días tristes, todavía puedo cerrar los ojos y verla, y con ella, el agradecimiento y la paz vuelven lentamente a mí.

Todavía tengo ganas de llorar. Algo me pasa con la belleza. Cuando es tanta, cuando siento que me rebasa, que supera todo el soporte al que puedo acudir, se me escapa en forma de lágrimas, como si mi alma necesitara más espacio que mi pequeño cuerpo para aquello que está viviendo.

Y ese es el punto, esta vez: lloré de Alegría con el Cirque du Soleil. A ratos, tuve que tocar el brazo de mi amigo Tomás, decirle algo pequeño, tonto, quizás, pues tanto asombro no puede vivirse solo. En realidad y reformulando, es tan bueno vivenciar alegría y asombro al lado de alguien verdaderamente querido.

Sí, lloré de Alegría. Y lloré de Alegría dos veces. En ambas, se trató de trabajos colectivos, cuya insolencia ante la ley de la gravedad y los movimientos no de uno, sino que de varios cuerpos sincronizados, haciendo una suerte de música y de comunicación perfecta. Creo que lloré casi sin poder parar no sólo porque el vestuario era suntuoso y delicado, no sólo por la perfecta iluminación y música en vivo, ni porque las coreografías y rutinas de trabajo eran de un grado altísimo de dificultad. No, lloré porque sentí, en mi fuero interno, que eso de poner el cuerpo, eso de ponerse a uno mismo –mientras se lanza al vacío para lograr una hazaña– en las manos de otro que te sujete, requiere no sólo de valentía o de talento. Además, pensé, se trata de tener un diseño en común, de llevar a cabo ensayo tras ensayo, y tolerar malos ratos y desacuerdos, padecer las lesiones y aún así, seguir adelante. Y hacerlo, sencillamente, porque es lo que se ama, porque es el proyecto que se quiere hacer realidad.

Y pregunto: ¿no es la vida también un poco eso?

Y respondo: cada lesión vale la pena, si nos ayuda a conseguir esa pirueta en el aire, que es lo más cerca que podemos estar de la perfección.

martes, 19 de agosto de 2008

En lo que estaba yo cuando Pulp la estaba rompiendo.



El año pasado, uno de mis amigos más queridos me regaló un disco de un tal Jarvis. Yo cachaba el nombre porque una vez me hice un amigo en esa vieja comunidad de Internet, llamada “Virtualia” y gracias a él, conocí bal-le-duc cuando todavía estaba en Irarrázabal y las fiestas terminaban a las 6 de la mañana (gracias a ese Jarvis chilensis).

Me acuerdo de que encontré que el disco de Jarvis (2007 y, por cierto, totalmente recomendable) era “redondito” y me hizo mucho sentido una canción llamada “Don’t let him waste your time”, que le dediqué a varios fulanos que conocí. Hasta ahí sabía yo de Jarvis.

Dentro de las curiosidades que me han ocurrido acá en la ciudad de Concepción, llegó a mis manos un dvd de Pulp. Ahí entendí de dónde había salido este divo llamado Jarvis y por qué durante la segunda mitad de los noventa, todos nos empeñábamos en utilizar camisas con resabios de los 70 en lugar de las de franela que predominaron durante la primera mitad de tan memorable década (producto de la explosión de Seattle).

Claro, claro, cómo no haberme dado cuenta en ese mismo momento de que estaba ocurriendo –a la vez– la explosión de ira y sentimientos dolorosos de Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains o Soundgarden y –como diría un amigo de Alicante– “al otro lado del charco”, Jarvis y Pulp, Brett Anderson y Suede, los hermanitos Gallagher y Oasis, o Blur y Supergrass (creo que Radiohead va aparte, por ello la exclusión ex profeso) estaban haciendo que la gente bailara en las discos, mientras se hacían críticas al esnobismo (“Common people”, 1995) o se defendía a la ancianidad (“Help the aged”, 1998), además de cantarse pegajosas canciones de amor (o desamor -finalmente, ¿cuál es la diferencia?), como “Disco 2000” (1995) o “Babies” (mi favorita, 1994).

Y, bueno, ¿dónde estaba yo mientras todo esto ocurría? Creo que –para variar– luchando contra algún trastorno depresivo (mío o de alguno de mis amigos, da lo mismo), pasando ramos en la U y sufriendo con las sucesivas enfermedades y muerte de mi viejo (entre el 94 y el 97).

Menos mal que Jarvis es divo y que siempre hay fulanos venerándolo. Uno de esos me regaló el disco solista y el otro me prestó el dvd. Y ahora, me sumo: soy una más. Tengo “Babies” de ringtone en mi móvil y me alegro de no haberlo descubierto antes ¿y saben por qué? Tan simple como que es el que me alegra los días ahora, en agosto de 2008, cuando me acerco peligrosamente a cumplir 31 y sigo siendo una soltera disquera.

Salud por ti, Jarvis.
Nos vemos en la disco.

jueves, 31 de julio de 2008

Sin aire ni luz ni tiempo ni espacio



LLueve mucho sobre Conce. Lo hizo durante todo el día de ayer. Me deprime. Me recuerda lo sola que vivo después de las horas de trabajo.
Hay días así, me imagino, para todos. Días en los que la pega parece más aburrida que nunca y el tedio, una extensión inmensa, un continuum oscilante. En días así, lo que existe por sobre las grises circunstancias es escribir. De eso se trata esta vez.
Es algo que le ocurre a muchos escritores. En palabras de Capote: "... un día, empecé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida, a un amo noble pero despiadado" (Prólogo de Música para Camaleones). También esta idea se deja leer en "Aire y Luz y Tiempo y Espacio" de Charles Bukowski:

(...)
"vas a crear aunque te falte parte de tu mente y de
tu cuerpo.
vas a crear ciego
mutilado
loco.
vas a crear con un gato trepando por tu
espalda mientras
la ciudad entera tiembla, con terremotos, bombardeos,
inundaciones y fuego.
nene, aire y luz y tiempo y espacio
no tienen nada que ver con esto"
(...)

Para mí, es tan simple como que tengo sed de escritura cuando me siento desorientada y también situada. Tan verdadero como que escribo llorando, cuando la vida me duele. Y también escribo -ojalá con lápiz rosa- cuando me siento feliz.
Escribir es el amo al que siempre vuelvo y lo que hago en medio de enfermedades y catástrofes. Escribir es mi liberación. Mi libertad.

lunes, 28 de julio de 2008

I wish I could be happy





Sábado, 12:20 pm.

Ayer fui a una tocata. Dicen que Conce es la ciudad del rock en Chile (la prolifidad de bandas y la calidad de algunas de ellas, parecen corroborarlo) y no me puedo ir de esta ciudad sin tener la experiencia, pensé más de alguna vez.
Alcancé a ver a Marea Roja y KS perro, antes de que me ganara el cansancio y me viniera a dormir a mi casa (OK, sí sé que suena mamón, pero me entenderán los que se levantan a trabajar todos los días antes de las 7 de la mañana, como los que tienen hijos y nunca más vuelven a dormir tranquilos y viven cansados). KS perro me gustó harto, tenía una buena propuesta visual, sonaba bien, era power, entusiasmó a la gente. Pero había tanto borracho, estaba tan lleno el local y yo me siento tan extraviada en el mundo, que me fui.

Me tinca que por ahí va la cosa, que de eso se trata esta columna, de esta sensación de estar un poco perdida, de estar un poco a la deriva. Me imagino que les pasa a todos los que terminan una relación amorosa importante o que pasan por un periodo de crisis. Pero eso no quita que vivir –en momentos así– se transforme en un ejercicio tremendamente incómodo, en el que, a veces, hasta dormir se vuelve un poco tortuoso, porque no dejas de soñar con lo que fue y que ya no es, o, como también me ha ocurrido y a muchos de mis amigos también, sencillamente, ni dormir puedes. En este sentido, hasta los espacios de diversión –como la tocata a la que asistí– se pueden volver territorio de extrañamiento. Adiós el goce.

Qué raro es el mundo. Y trato de ser positiva e imaginarme algún momento, algún lugar en el que volveré a sentirme cómoda e integrada. Y pienso en ese poema de Sergio Parra:

“... como aquel día
que pude sentir el olor
de las presas de carne cocinándose
acompañadas de papas zapallos y arroz
esas pocas veces que miré al interior
de una olla
envidiaba como todos esos trozos
que alguna vez pertenecieron a algo
estaban reunidos para siempre ...”.