sábado, 30 de agosto de 2008

La Señora Mariposa y yo




“Como la almeja
en dos valvas, me parto
de ti con el otoño”
(Basho)


No tengo idea, en realidad, de cuándo fue la primera vez que escuché ópera. Así como tampoco tengo noción de la primera vez que escuché una Sinfonía y tampoco, pero me lo contaron, de la primera vez que fui al cine: tenía dos años (y curiosamente, la película también tenía música docta, era Fantasía de Disney, esa en que Mickey aparece de mago y que era bastante sicodélica, según opino ahora). Me imagino que todo ese background ha de haber influido en mis concepciones. Tal vez por eso, cuando me separo del mundo del arte, siento que me parto en dos, que me enajeno, que me hago una herida que no merezco.

Cuando pienso en Madama Butterfly, la asocio a esa frase típica que escuché de mi madre desde mi más tierna infancia: “Pinkerton es un desgraciado”. Un rato atrás, vi el montaje por primera vez en mi vida. Qué dolor, como en todas las tragedias, ser testigo de un personaje tan virtuoso cuyo destino es tan fatídico. Y, siguiendo la convención griega, ello debido al pecado de hamartía, eso de irse en contra de la voluntad de los dioses, eso de ser soberbio.

Butterfly reniega de los dioses japoneses. Reniega de Japón, enamorada de la ilusión vana de un país, de un amor mejor –como el que supuestamente le ofrecía Pinkerton– y es por ello, que, finalmente, y al caer en cuenta de su error, entrega a su hijo, con un dolor como el que describe Basho, como un ser que es fragmentado en su constitución, quebrado por la columna vertebral, si se quiere, al separarse del ser más amado y, ello, al dejarse caer la verdad por capas, cual hojas en otoño.

Es fuerte el dolor de la tragedia. Muchas personas lo sienten injusto –como mi madre, que culpa a Pinkerton de todo. Yo, simplemente, lo vivo y me causa catarsis. Me hace recordar el dolor de querer morir porque ya no me quisieron más, y cómo ahora ya soy libre de ese sentimiento de deshonra. En cambio, la Señora Mariposa eligió su propia muerte para perpetuarse en Pinkerton, a través de la costumbre occidental de clavar las mariposas para no dejarlas ir (algo que él le dijo en el primer acto) y así, ella misma se impidió salir de esa situación tremenda, para inmolarse por esa separación de su hijo y de su ilusión de amor –como la almeja que muere cuando la parten en dos.

Es bella la tragedia para esta observadora. Es bello, además, saberse no tan trágico como para morir por una separación amorosa o filial, saberse no tan virtuoso como para aferrarse a una fidelidad que se sostiene sólo de sí misma y no de una relación. Y esto me hace pensar, los juegos, entre otras muchas cosas, son de a dos (o más) y no se pueden sostener unilateralmente. Y ahí es donde se acaban. Y el camino es aceptar la derrota sin morir, como seres humanos comunes y corrientes que somos. Lejos de perpetuar los pequeños o grandes daños que recibimos; muy lejos, en realidad, de querer ser mariposas en un insectario para no renunciar a una idea que en algún momento fue bella y pareció imperecedera.

sábado, 23 de agosto de 2008

Llorar de Alegría





Desperté esta mañana, sintiéndome bendita. Anoche, en plena fiesta, tuve que sentarme varias veces y mirar mi vaso con hielo y red bull, para lograr que las imágenes decantaran en mi cabeza, que fueran lentamente incorporándose a mi vida, que se vivificaran en mi interior como esos momentos en la vida que quedan cristalizados porque siempre, siempre, serán motivo de alegría.

Me acuerdo de que lo mismo me pasó cuando estuve en ese pasillo del Renacimiento Italiano en el ala Richelieu del Louvre y me paré al frente de un retrato hecho por Rafael. Estaba absorta y creo que nunca antes había visto una tela tan preciosa. A veces, en los días tristes, todavía puedo cerrar los ojos y verla, y con ella, el agradecimiento y la paz vuelven lentamente a mí.

Todavía tengo ganas de llorar. Algo me pasa con la belleza. Cuando es tanta, cuando siento que me rebasa, que supera todo el soporte al que puedo acudir, se me escapa en forma de lágrimas, como si mi alma necesitara más espacio que mi pequeño cuerpo para aquello que está viviendo.

Y ese es el punto, esta vez: lloré de Alegría con el Cirque du Soleil. A ratos, tuve que tocar el brazo de mi amigo Tomás, decirle algo pequeño, tonto, quizás, pues tanto asombro no puede vivirse solo. En realidad y reformulando, es tan bueno vivenciar alegría y asombro al lado de alguien verdaderamente querido.

Sí, lloré de Alegría. Y lloré de Alegría dos veces. En ambas, se trató de trabajos colectivos, cuya insolencia ante la ley de la gravedad y los movimientos no de uno, sino que de varios cuerpos sincronizados, haciendo una suerte de música y de comunicación perfecta. Creo que lloré casi sin poder parar no sólo porque el vestuario era suntuoso y delicado, no sólo por la perfecta iluminación y música en vivo, ni porque las coreografías y rutinas de trabajo eran de un grado altísimo de dificultad. No, lloré porque sentí, en mi fuero interno, que eso de poner el cuerpo, eso de ponerse a uno mismo –mientras se lanza al vacío para lograr una hazaña– en las manos de otro que te sujete, requiere no sólo de valentía o de talento. Además, pensé, se trata de tener un diseño en común, de llevar a cabo ensayo tras ensayo, y tolerar malos ratos y desacuerdos, padecer las lesiones y aún así, seguir adelante. Y hacerlo, sencillamente, porque es lo que se ama, porque es el proyecto que se quiere hacer realidad.

Y pregunto: ¿no es la vida también un poco eso?

Y respondo: cada lesión vale la pena, si nos ayuda a conseguir esa pirueta en el aire, que es lo más cerca que podemos estar de la perfección.

martes, 19 de agosto de 2008

En lo que estaba yo cuando Pulp la estaba rompiendo.



El año pasado, uno de mis amigos más queridos me regaló un disco de un tal Jarvis. Yo cachaba el nombre porque una vez me hice un amigo en esa vieja comunidad de Internet, llamada “Virtualia” y gracias a él, conocí bal-le-duc cuando todavía estaba en Irarrázabal y las fiestas terminaban a las 6 de la mañana (gracias a ese Jarvis chilensis).

Me acuerdo de que encontré que el disco de Jarvis (2007 y, por cierto, totalmente recomendable) era “redondito” y me hizo mucho sentido una canción llamada “Don’t let him waste your time”, que le dediqué a varios fulanos que conocí. Hasta ahí sabía yo de Jarvis.

Dentro de las curiosidades que me han ocurrido acá en la ciudad de Concepción, llegó a mis manos un dvd de Pulp. Ahí entendí de dónde había salido este divo llamado Jarvis y por qué durante la segunda mitad de los noventa, todos nos empeñábamos en utilizar camisas con resabios de los 70 en lugar de las de franela que predominaron durante la primera mitad de tan memorable década (producto de la explosión de Seattle).

Claro, claro, cómo no haberme dado cuenta en ese mismo momento de que estaba ocurriendo –a la vez– la explosión de ira y sentimientos dolorosos de Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains o Soundgarden y –como diría un amigo de Alicante– “al otro lado del charco”, Jarvis y Pulp, Brett Anderson y Suede, los hermanitos Gallagher y Oasis, o Blur y Supergrass (creo que Radiohead va aparte, por ello la exclusión ex profeso) estaban haciendo que la gente bailara en las discos, mientras se hacían críticas al esnobismo (“Common people”, 1995) o se defendía a la ancianidad (“Help the aged”, 1998), además de cantarse pegajosas canciones de amor (o desamor -finalmente, ¿cuál es la diferencia?), como “Disco 2000” (1995) o “Babies” (mi favorita, 1994).

Y, bueno, ¿dónde estaba yo mientras todo esto ocurría? Creo que –para variar– luchando contra algún trastorno depresivo (mío o de alguno de mis amigos, da lo mismo), pasando ramos en la U y sufriendo con las sucesivas enfermedades y muerte de mi viejo (entre el 94 y el 97).

Menos mal que Jarvis es divo y que siempre hay fulanos venerándolo. Uno de esos me regaló el disco solista y el otro me prestó el dvd. Y ahora, me sumo: soy una más. Tengo “Babies” de ringtone en mi móvil y me alegro de no haberlo descubierto antes ¿y saben por qué? Tan simple como que es el que me alegra los días ahora, en agosto de 2008, cuando me acerco peligrosamente a cumplir 31 y sigo siendo una soltera disquera.

Salud por ti, Jarvis.
Nos vemos en la disco.